LA PEOR DERROTA EL DESANIMO.

martes, 1 de octubre de 2013

¿Y si Kipsang preparase los 10.000 metros…?


Pido perdón si lo conté alguna vez, si me repito como el ajo. Conocí a Wilson Kipsang Kiprotich en noviembre de 2009, cuando vino a correr el Medio Maratón de Valencia. Fue en la Feria del Corredor. Yo puse cara de detective -¿o sería de inspector?- y me quedé mirándole fijamente, intentando hallar en él un indicio, una señal que le identificara como miembro de esa estirpe selecta de humanos que han corrido el medio maratón en menos de 59 minutos (58:59, tenía exactamente). Pero nada: era un tipo normal, descontando su delgadez.
Tras la carrera, el bueno de Paco Borao y yo cenamos con él y con Geoffrey Mutai, entre otros. Me fijé en su relación distante. Ninguno de los kenianos cruzó la mirada, y además evitaron sentarse juntos. El mánager de entonces, que no es el de ahora, se puso en medio, en plan tabique. “Geoffrey no le ha dado ni un relevo, por eso ha ganado”, secreteó el tal mánager. Había vencido Mutai con 59:30 y Kiprotich empleó tres segundos más. “Pero Wilson es mejor”, susurró el intermediario.
En esa cena hubo tres cosas me llamaron la atención de Kipsang (que es su nombre, no su apellido, aunque se haya transformado en su tarjeta de visita):
1) Parecía un chico muy cabal. Hablaba un inglés mucho más correcto que el de la media de sus compatriotas kenianos, y se explicaba con total claridad de ideas.
2) Se guardaba para sí sus entrenamientos. Ya se sabe que hay corredores que hablan por los codos de sus sensaciones, de sus referencias, de su estado de forma. Él, ni pruna. A duras penas le saqué que hacía series de mil metros a 2:50. “¿Pero cuántas, con qué recuperación?”, le pregunté ansioso en un inglés, el mío, que sí es verdaderamente patético. “Unas cuantas -se sonrió-, pero a más de 2.000 metros de altura. No me preocupan mucho. Lo importante es que luego, cuando bajas a Europa, notas que vuelas…”.
y 3) Me dijo muy tranquilamente que esperaba batir algún día el récord del mundo de medio maratón. “Y si no el de maratón, cuando debute”.
Debutó al año siguiente en París en 2h07:13, aunque por el camino se resbaló en un avituallamiento, factor que probablemente le costó la victoria. Ya en su segunda carrera, en Frankfurt, demostró que se había aclimatado perfectamente a los 42,195 kilómetros al acreditar 2h04:57, o sea, al encaramarse ipso facto a la pomada de los fijos de más de 120.000 dólares por participación.
Después, ya saben: vuelta a Frankfurt en 2011 acariciando el récord de Patrick Makau(2h03:38 vs 2h03:42); victoria imperial en Londres 2012 con 2h04:44; error táctico en los Juegos Olímpicos disputados en la capital inglesa que le relegó al bronce; y el domingo pasado récord mundial en Berlín (2h03:23) en un día con algo de viento, humedad media del 70%, y encima con el aliento en el cogote de un payaso que estropeó la foto de llegada al colarse en plan Jimmy Jump. Qué falta de respeto a un récord y al esfuerzo que representa. Qué manta de obleas tiene ese tipo y todos los que chupan cámara como él.
Bien, a lo que íbamos. Honestamente, no esperaba que Kipsang batiera la plusmarca. Pensaba que su tren había pasado en Frankfurt, dos años atrás. Hace unos meses quedó quinto en su tercera aparición en Londres con un registro de 2h07:47, que es 5 segundos por kilómetro más lento que el pasado domingo, vaya, una eternidad. Y además, Kipsang ejerce hoy como líder atlético/espiritual de un grupo de fondistas que se ha formado a su alrededor y eso le quita tiempo. O eso creía en mi ignorancia. Pero los hechos son los hechos. Wilson es el nuevo y flamante recórdman mundial. Ayer hizo una carrera impecable (1h01:32 + 1h01:51), dosificando mucho mejor el esfuerzo que otras veces, cuando marcaba parciales estratosféricos de cinco mil en menos de 14:15, y dando la cara con generosidad desde el kilómetro 30. Incluso pareció llegar sobrado: del 40 al 41 se le cronometró un mil en 2:49.
“Es que hice 40 kilómetros en 2h03:32″, comentó una semana antes de Berlín en una entrevista, rompiendo su proverbial discreción sobre entrenamientos. Se refería a uncircuito de ida y vuelta próximo a Eldoret, en Kenia, que sale a 2.020 metros de altitud y llega 2.180, para después regresar al punto de partida, ya con desnivel favorable. El tope oficioso de ese circuito, muy utilizado por los mejores kenianos para hacer rodajes de alta intensidad, lo tenía el doble campeón mundial Abel Kirui en 2h04:57. Y Makau, el exrecórdman, nunca ha bajado en él de 2h05.
Cuento todas estas batallas porque, ahora que Kipsang ha tocado el cielo en asfalto y hasta en los sacrosantos caminos de la altiplanicie africana, sería espectacular verle corriendo 10.000 metros enfrentado a los mayores especialistas del mundo, Mo Farahincluido. Supongo que no ganaría. Pero si el propio Mo, empedernido fondista diésel hasta hace dos veranos, ya corre en 3:28 el milqui, ¿por qué no soñar con Kipsang protagonizando un viaje a la inversa, de la ruta al sintético, de la distancia de Filípides a las 25 vueltas en tartán? Wilson posee 28:37.0 realizado en Nairobi, en 2007, cuando llevaba apenas un año en la élite. Restémosle 2 minutos, +/- su capacidad de adaptación a la prueba, y quizá sea su valor real de hoy. Sí, ya sé, estoy soñando despierto. Pero qué rabia que el pastizal que se ventila en los maratones, que la servidumbre del maldito dinero, nos prive de un show en pista que haría aún más grande el atletismo.

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